Surrealismo de Cuarentena
Cuando en tiempos de coronavirus nos encuentra el cadáver exquisito.
Vacación Familiar
Se respira un olor hediondo en todo el avión. “Este viaje no lo tenía planeado, debí quedarme en casa” pensaba López-Gatell mientras le comunicaba a la azafata que prefería el pollo a la pasta. Hace algunos días que se escuchaba de un brote de un nuevo virus en China. Las autoridades mexicanas habían contactado y urgido a López-Gatell que se transportara de inmediato a la ciudad. Ésto significaba interrumpir las vacaciones en su casa de Aspen.
Nunca le gustó demasiado esquiar. Después de tres días seguidos con esposa e hijos todo empezaba a ser demasiado. El coronavirus llegaba, después de todo, en un buen momento. Él era un workaholic pero no lo podía decir en voz alta. Así que respondió al llamado del presidente y se embarcó en ese avión donde alguien comía Cheetos naranjas y varios se habían quitado los zapatos. El olor, aunque no era fuerte, hizo desear de repente a López -Gatell continuar con esa vacación familiar.
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“¿Quizá no es tan mala idea la vacación familiar? ¿Y si me aventuro a algún lugar desolado? Al final todos están encerrados en sus casas, no habrá gente en donde sea que vaya… Podría llevar un Lysol y todo estará bien ¡Ja!”
Comienzo a buscar destinos vacacionales remotos. Encuentro este pequeño poblado oaxaqueño que parece tener un par de casitas en renta con un largo jardín frontal y sombra debajo de una bella montaña. Le llamo con toda la emoción a mi madre y decidimos emprender el viaje. Tomamos el auto y algunos víveres para iniciar el largo trayecto que nos espera.
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Ya en carretera suena la radio. Empiezan a hablar de los muertos en números que se tornan tan abstractos que duele imaginarlos. Le cambiamos a una música suave perfecta para el camino, un camino largo y con destino incierto. Bien podría ser la metáfora perfecta del momento que estamos viviendo todos.
Bajamos del auto a tomar aire. Cada cruce con otras personas es un pequeño punto de tensión pero un alivio también. Al caer la tarde el cielo se torna de cobres hermosos y de inefable belleza. Continuamos el viaje con algunas pequeñas paradas. El clima cambia, el paisaje cambia, todo cambia, inclusive nuestro ánimo que mejora entre más lejos estamos de la ciudad. Ahora la ciudad es un recuerdo, es el pasado que en cada momento se torna más distante. Otra vida o tiempo que dejamos atrás.
Llegamos. Con las miradas decimos todo: la emoción, la angustia y el cansancio de estar todo el día en el auto. Nos acomodamos y dormimos. Al amanecer nos despierta el sonido de las olas y el calor del sol de la mañana.
Pasado, Presente y Futuro
Caminas solo por la ciudad, te reflejas en los vidrios y espejos de los edificios. Te encuentras solo, extrañas los días. Pero de alguna manera te gusta este tiempo, esta pausa. Tomas la ruta de siempre pero ahora es diferente, todo cambia o cambiará. Te da miedo pero te gusta la idea. Llegas a casa, te lavas las manos frenéticamente esperando que ayude o te libere de la culpa de salir a la calle. Ya en casa la tranquilidad vuelve. Te relajas, escuchas música y observas a tu alrededor. No sabes tu futuro, nunca lo has sabido. No te da miedo. Te gusta esta sensación de perder un poco (o bastante) las riendas. Estás a merced de un futuro incierto. Qué cosa más rara, más bella que el vacío. Te recuerda el pasado e invoca el futuro. Tomas un cerveza, te relajas, te miras al espejo y piensas…
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“¡Sí que soy guapo!”
“Mi madre siempre me lo había dicho.”
Con esta nueva seguridad salió a la calle y se puso un tapabocas sabiendo que éste no serviría de nada. Hay veces que uno hace cosas inútiles por el mero gusto del ritual. Hay rituales inútiles que nos dan seguridad, que engañan tantito al cerebro.
“El limón no mata la bacteria” decía también mi madre. (¡Cuánto la extraño!) Aún así un taco de la calle sin limón se sentía como una amenaza. Hay rituales que nos salvan.
Caminaba por la calle con ese tapabocas, con esa nueva seguridad de saberse guapo y un gel antibacterial (porque uno nunca sabe). La ciudad es otra aunque es la misma. Mientras caminaba por las calles vacías pensaba que eran presente y futuro viviendo al mismo tiempo.
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Pero cada vez más cerca del futuro, me encuentro en este espacio -tiempo accidental-. Como siempre hay personas aún viviendo en el pasado, un pasado inconsciente y egoísta que sin duda será parte de nuestra sociedad. Al mismo tiempo aparece su contraparte, antagonistas de la absurda utopía que nos creamos por años. Me topo con estos personajes de trajes espaciales y pistolas rociadoras adosadas a todo su cuerpo que se activarán si me acerco a más de un metro y medio de ellos.
Se instalan sistemas de protección sanitarias en un radio de cincuenta metros en cada uno de los espacios públicos, donde una una red láser puede detectar automáticamente una bacteria.
Vacío
Es la segunda semana de cuarentena en la Ciudad de México y se siente como un viaje que apenas comienza con mucho misterio en frente. El loop parece no tener cierre. La solitud invade los días en Pachuca 35. La reflexión es cada vez más constante, la permanencia deviene, una permanencia temporal.
Quizá no debería tener esta extraña sensación de satisfacción por una lectura de vacío urbano, donde la ausencia significa resistencia, pero también miedo y desconocimiento.
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Desconocimiento que te hace humano. Son estos retos los que forjan al individuo, pero aun más importante fuerzan a la sociedad humana a avanzar a grandes pasos. Es una pandemia, sí, pero puede llegar a funcionar como un pivote o puerta a escenarios de mejora social e individual. Siempre ha habido y habrá escenarios similares en la historia de la humanidad. Es parte de la naturaleza y la vida sigue. Está en nosotros tomar lo mejor del escenario para mejora del futuro, tan incierto y decadente hoy en día. Nos preguntamos: ¿Qué podemos sacar de las catástrofes de la humanidad? Las respuestas son ilimitadas e inciertas. Podría surgir lo peor y lo mejor. El futuro está por verse.
Regreso al vacío, lo miro y él me mira de regreso.
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Encontró una inexplicable paz en el vacío. Sin alguna razón aparente ya no le tenía miedo, ya no estaba sola.
Llenó su tanque de gasolina. $9.00 por litro en las gasolineras de la frontera. Recordó sus días de estudiante y cómo el vacío siempre había estado con ella.
Encendió su camioneta Ranger año 1993 y se dirigió al único lugar que podría ir. Manejó y manejó. El tiempo dejó de tener forma. Los minutos eran años. Los días ya no tenían nombre. Manejó hasta que dejó de estar sobre la tierra, esa también se desvaneció. Volaba sobre todo. El cielo estaba en todas partes. Ella estaba en todas partes. Ella era parte del todo. Ella era todo.